En el mural de la felicidad, junto a mi diploma de
“paracaidista infantil” tengo colgada la fotografía de mi tía. El cuadro guarda más que a una joya a esa estampa. Y las telarañas tejidas por el olvido adornan sus orillas despintadas. Otras fotos similares (…) las tengo guardadas en algunos álbumes, estoy hablando de las fotos visibles, como las fotos familiares que se toman en las ferias donde quedó plasmada la ropa de estreno, o los patojos que, montados sobre caballos de palo, pelan los dientes para fingir valentía. En algunas de esas fotos a veces queda plasmada la imagen de una persona que al momento de tomar la fotografía se queda parada con la intención de salir en ella sin ser invitado. O las de la piñata donde el patojo le pega en la cabeza a un amigo en lugar de pegarle a la piñata… en fin; mi respeto para quien invento la fotografía.
Ahora bien, también hay fotos invisibles que son los sentimientos guardados en el álbum del corazón. Entre esas están la risa inocente de dos lunas menguantes ocultas tras los dos labios rojos como pétalos de rosa. Las que se deben tener y que sirven para diferenciar la bondad de la maldad, la verdad de la mentira, el amor del odio, lo fácil de lo difícil, la felicidad de la tristeza, la risa del llanto, el perdón de la venganza, el éxito del fracaso, lo cobarde de lo valiente y lo visible de lo invisible. En fin, alguien diría y dale con eso de lo invisible. Pero si a esas fotos todos somos ciegos. En una frase arcaica titulada “Lo invisible”, expreso esto: “Si lo invisible a nuestros ojos no lo puedes ni ver ni sentir con el corazón, ¿cómo lo puedes comprender?”.
Bueno; como el cabo de la candela con que me alumbro mientras escribo ya se está terminando, solo me queda decirles ¡gracias y hasta la próxima!
Autor: Luis Xalin.
Nota: Publicada en la revista “Cotzumalguapa”, junio de 2004. (En esta columna plasmé el génesis de escribir poesía).