En nuestros corazones
brillaba la alegría. En esa Nochebuena era mi turno colocar al Niño Dios en el
pesebre de la representación de El Portal de Belén que en casa habíamos hecho
días atrás, al pie del “Arbolito Navideño”
adornado con lucecitas de colores y que en su copa resplandecía la
estrella que guiaba a los Reyes Magos. Era tanta la emoción por ser mi primera
vez que, accidentalmente, el Niño Jesús fue a parar al suelo ante la mirada
atónita de mi familia. De un soplo apagué mi gozo porque el muñeco de yeso que
representaba al Mesías era una reliquia heredada por varias generaciones.
Esa noche después del
lamentable suceso, visitamos la casa de una vecina que tenía a un hijo enfermo.
Llevamos tamales, ponche y compañía; a medianoche nos dimos un emotivo abrazo.
“Es una Señal Divina –había dicho mi madre por el incidente- que nos recuerda uno de los objetivos que nos dejó hace más de
dos mil años El Salvador del mundo: hacer siempre actos de caridad”.
¡En mi corazón floreció
el tulipán del verdadero motivo de celebrar la Navidad y en el pesebre de nuestro
Nacimiento yacía el Niño Dios con un bracito roto!
Autor: Luis Xalin
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