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La labor de mis maestros (Parte I)


En el fondo, de derecha a izquierda:
Hilda Valencia, Erick Mejía y Berta Godoy)

La labor de mis maestros (Parte I) 

Gracias a la labor loable de mis maestros, antes de enamorarme de doña literatura, intenté conquistar otras manifestaciones del arte y también traté de desarrollar mis habilidades deportivas en la búsqueda que todo ser humano hace al querer encontrarse a sí mismo.

Mi maestra de Berta Godoy, cumpliendo con su privilegio de enseñar, nos involucró en elaborar manualidades; recuerdo que hicimos un ropero con cajitas de fósforos y un espejito de mano y coloreamos los cascarones de huevo en antesala al carnaval, entre otras interesantes creaciones. Ella nos trató de instruir en diferentes técnicas para desplegar las destrezas. ¡Pero no logró cautivar mis cinco sentidos!

En una ocasión, Hilda Valencia, fungiendo como Directora del establecimiento tuvo la magnífica idea de organizar un concurso de dibujo para diseñar el escudo de la bandera escolar porque quiso que fuera dibujado por uno de sus estudiantes. Mi hermano mayor y yo participamos en el certamen: él dibujó una maceta con flores y yo, un hermoso conejo. Mi imaginación voló muy poco, del bolsón de mi carnal copié el dibujo, sin acatar la sugerencia que se tratase de un emblema que tuviera algunas figuras de los útiles escolares o alusivos a la educación. Mi idea fue sólo dibujar y nada más. Mis manos nunca han sido de un dibujante, los bosquejos que con dificultad garabateaba parecían caricaturas.

Juan es el nombre del patojo que fue el ganador: él dio las pautas gráficas para crear el escudo de la bandera de mi pequeña escuela. Después del exitoso evento, la Directora designó a un grupo de dibujantes, descubiertos en la competencia por su maravillosos y originales dibujos a concursar a nivel del distrito escolar; Juan se “coló” a nivel municipal demostrando elevado grado de talento y posteriormente al departamental, pero “tronó a sapo”  como se dice coloquialmente y no logró participar en la gran final del nivel nacional.

Después, si no me falla la memoria el profe Erick Mejía  facilitó la oportunidad de pintar con pintura de tempera, nos ensenó las técnicas básicas. Eso nos cautivó más: mi hermano y yo, juntos en nuestro aposento pasábamos horas, según nosotros, pintando cuadros hermosos. Imaginábamos ser unos artistas famosos y cotizados por nuestras obras maestras. El mejor cuadro que mi carnal logró pincelar después de tantos ensayos, fue una representación de una garzota que intentaba comerse a una ranita verde: al anfibio se le aprecia montado en el pico del ave, quien tiene zampada su cabeza hasta el buche. Pero el batracio inteligentemente sujeta a la garza por el pescuezo, impidiéndole que se la trague… (Copia de una postal).

Y la creación de la cual yo me ufané fue de un “bodegón”: un ayote, un limón verde, un jarro antiguo, un plátano maduro y una papaya sazona fue lo que inmortalicé con tempera en mi pintura. Todo volvió a la normalidad cuando se nos terminaron los materiales de las artes plásticas…

Mi profesor de sexto grado, Irlando Eugenio Chic Flores  trató de inculcarme la actuación, incluyéndome en los dramas que se hacían para los días de la madre u otros eventos designados para incentivar dicho talento, sin embargo eso exclusivamente fue esporádico y esas habilidades no transcendieron más allá del perímetro escolar. Por último, se ensañó conmigo al descubrir mi capacidad de redacción y análisis que escribía sobre los refranes; cualquier adagio que me ponía yo se lo explicaba con mis propias palabras y exponía ejemplos alusivos…

(Continuará)
Autor: Luis Xalin

Publicada en la Revista Cotzumalguapa, septiembre de 2014.

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